jueves, 16 de abril de 2015

La rosa negra de mi jardín.

Cada  mañana al despertar sentía que debía hacer lo mismo, una rutina marcada por la tristeza. No sabía lo que era la libertad. Me movía de casa al trabajo y de ahí volvía a mi casa a encerrame hasta el día siguiente. Una mañana sentí que todo podría cambiar. Cada día pasaba por delante de una casa vieja y abandonada, tenía un bonito jardín, poco cuidado, aún así me parecía precioso. Tenía muchas plantas y, sobretodo, rosas, muchas rosas blancas. Siempre tuve el presentimiento de que algo había ahí dentro. Pensaba para mí: yo entraré algún día. Nunca lo hice, siempre seguía adelante.

Me levanté, me vestí y me puse en camino a mi trabajo. Mi rutina, lo de siempre, pero hoy decidí cambiar de ruta. Miré a derecha y a izquierda, pensativo me dije a mi mismo, hoy pienso hacer algo diferente. Me dirigí hacia la puerta de la casa abandonada y entré. Sentí una especie de aire fresco y nuevo entrar por mis pulmones. Sentía que la tranquilidad pasaba por mis venas, y una sonrísa de oreja a oreja se marcó en mi cara. Comencé a caminar. Me adentraba en ese jardín, como si de un explorador en el amazonas se tratara. Miraba a todos lados y cada panta era difierente. Había al fondo un gran sauce, sus las ramas tocaban el suelo y parecía que el tiempo se había parado en ese lugar. Todo era eterno y duradero. Me dispuse a caminar entre los rosales blancos. Muchas había muchas rosas. Intenté coger una, pero de pronto al acercar la mano sentí un dolor agudo en la yema de los dedos. Me había pinchado con una espina. Aparté la mano rápidamente y continué caminado. Blancas todas blancas, muchas, demasiadas para mi gusto. Sentía como que todo debía ser blanco en ese jardín. Todo era igual, nada diferente. Pero al fín mis ojos captaron algon que no se esperaban. Ahí, escondida entre tanto blanco se encontraba lo que más ansíaba mi mente. Una rosa negra, colgada en el rosal, solitaria, y sin llamar la atención. Tenía la sensación de que aquella rosa era el silencio de una melodía. Solo podía pensar en ella. Por un segundo sentí que esa rosa era lo que yo necesitaba. La diferencia. Lo no común. Me acerqué a ella. Esbelta, perfecta y tan solitaria. Al acercarme más cada día la veía mas bella, y no podía dejar de mirarla. Sus pétalos perfectos, sus hojas con ese verde intenso. No podía sacar de mi mente lo que había visto. Estaba tan seguro que yo necesitaba tener esa flor. Me acerqué a ella y la cogí, tiré lo más fuerte que pude, y, al fín, pude hacerme con ella. Al contrario que con las otras rosas, está no me había hecho daño. Ví que tenía en mi poder la felicidad, veía que en mis manos se encontraba la perfeción absoluta y sentí que por fin el ese día habia llegado. El amor llamaría a mi puerta, y esa rosa negra era el principio de historia interminable. 


 Para mi rosa negra, mi felicidad y mi paso firme día tras día, gracias por ser como eres y no dejarme. Te quiero. XVI




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